domingo, 30 de marzo de 2008









Espera lo que fue ocelo,
acerado e inquieto.

¿Qué alimentó su corazón
en centurias de hielo?

Reconoce mi marca
cuando no recuerdo piel donde habité,

ampara mi voz
bajo el fragor de la campaña,

protege mi sombra
contra el eclipse de mediodía.

No es otra la sed
de quien no cesa jamás.







Francisco R. Hernández, de La sed y el incendio

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