sábado, 15 de diciembre de 2007









Te cito y encierro,
escancio tu sonido
en esta región invisible.

Mira desde qué altura caes,
cómo te recojo
y doy calor.

Sólo quiero tocar
la nervadura de tu hoja,
arteria sin azar.

Sólo acompañar tu deslizamiento
y el rumor de la piel,
sin preguntar jamás
quién remonta por mi sangre.







Francisco R. Hernández, de La sed y el incendio

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