lunes, 11 de mayo de 2009









Un dios enfermo desoye tu plegaria,
la cáscara de la sílaba
es arrastrada por su respiración.

No acates.

Haz que fulja.

De ese incendio
va a nacer tu edad.






Francisco R. Hernández, La sed y el incendio


3 comentarios:

antonio medinilla dijo...

Se me hace el silencio, amigo, ante versos así. Masco y masco.

Formidable escritura, Escritor.

Durandarte dijo...

Muchas gracias, querido Antonio, por tu atención. A raíz de tus palabras, vuelvo a preguntarme sobre las lindes de la comunicación, y si lo que surge como antesala del silencio no valdría más sumergido en él.

Un abrazo.

P.

antonio medinilla dijo...

Bajo un prisma personal de autor, sabe dios, amigo mío.
Bajo un prisma lector, qué decirle sino estimar, y mucho, ese emerger.

Aún asi, hago una distinción: poesía del silencio y poesía en silencio.

En el primer caso, encuentro sus versos conmigo.
En el segundo caso, desde mi ventana, en este instante, observo los árboles de mi calle anocheciendo, per-se, sin mí.

Esta antesala suya debe ser lanzada a los ojos de sus lectores.

Un abrazo, compañero.